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Ricky

 Blog

El día que volví a estar con Mamá

El 13 de noviembre de 1924 nació Mamá, “Chiche” para el resto de los humanos, en un pequeño pueblito llamado Elortonto, departamento de General López, en la provincia de Santa Fe, muy cerca de Rosario, a las doce horas de un mediodía seguramente radiante, como ella.

Falleció el 11 de Enero de 1996, a los 71 años de edad, en el Hospital Álvarez, de la ciudad Autónoma de Buenos Aires, después de haber soportado dignamente, una larga y penosa enfermedad.

Desde entonces, al menos todos los 13 de Noviembre y los 11 de Enero, la voy a visitar al cementerio de la Chacarita, donde sus restos descansan en paz. Cada vez que voy, le doy un gigantesco beso imaginario; le digo lo mucho que la quise y la quiero; le regalo una flor (como nunca le había regalado en vida); le cuento mis últimas novedades, así como las de mi familia y amigos; le pido algún oportuno consejo; y le acomodo un poquito su florido y tupido jardín.

Angela Maria Barbalarga, Chiche, Mama

"Chiche" de vacaciones. En la década del ' 50

Este año (como todos los años), el 13 de Noviembre de 2013, poco después del mediodía, es decir, cuando apenas hubiera cumplido 89 años de edad, pasé a verla, ¡pero no pude! Pasó algo completamente inesperado.

Fui como de costumbre, en mi auto. Al llegar a una de las puertas principales del cementerio, la que da sobre Av. Jorge Newbery, me detuve a comprar dos ramitos de flores: uno para Mamá y otro para Papá, que está sepultado a unos 400 metros de ella. Al pasar la puerta de entrada, tomé el camino habitual, es decir, doblé a la izquierda y circulé por la calle interna paralela a la avenida hasta pasar por el osario general (donde descansan los restos de mi abuelo paterno José), allí el camino gira levemente a la derecha y unos 200 metros más adelante, entre el único árbol de copa redonda del sector (que es como mi faro en altamar) y la casilla del cuidador, estacioné el auto, para seguir camino a pié. Bajé como siempre, entre triste y apurado, y al iniciar el recorrido noté que algo había cambiado. Al observar con mayor atención, descubrí que las fechas de todas las tumbas que miraba eran recientes, que correspondían a los meses de Julio y Agosto de 2013. Entonces, apuré la marcha, desconcertado, imaginado lo que finalmente ocurrió: Mamá ya no estaba, y su lugar había sido ocupado por otro infortunado mortal.

Chiche, Jose, Ricardo Somoza, Mama, Papa, Nacimiento

Mamá y Papá conmigo, recién nacido.

Al principio no sabía qué hacer. Caminé por entre las sepulturas, pensando que me había equivocado de pasillo, o de hilera, o de sector; pero no había error: Mamá ya no estaba allí. Muy malhumorado y nervioso volví al auto y me dirigí a la tumba de Papá. Tuve que dar un par de vueltas para encontrarlo, pues estaba tan perturbado que me perdí y daba vueltas en el lugar, sin poderlo ubicar. Finalmente lo encontré, y eso me tranquilizó. Entonces, le conté con gran angustia lo que había ocurrido. Sentí que llorisqueamos juntos. Sentimos una enorme impotencia. Cuando pude recomponer un poco mis ideas, acomodé los dos ramitos de flores que había comprado en la entrada del cementerio, dentro de una media botella de plástico (que desde hace tiempo sustituye al desaparecido florero), me despedí varias veces del viejo, y me fui indignado en búsqueda de una explicación que no hallaría, pues las oficinas administrativas del cementerio cerraban a las 13hs, y ya no había nadie que pudiera ayudarme.

Al día siguiente, llamé por teléfono para pedir las explicaciones que no había recibido el día anterior, pero fue inútil, todas las informaciones y trámites, son exclusivamente personales.

El 6 de Diciembre de 2013, después de varios intentos fallidos de ir al cementerio (por causas propias o ajenas), me decidí y fui. Al llegar, marché hacia donde me llevó la intuición, pues no había nadie a quien consultar, y llegué a un edificio ubicado en el centro geográfico del camposanto. Una vez allí, me acerqué a un escritorio que decía “Informes”, desde donde un solitario hombre que estaba leyendo el diario del día, me indicó que vaya a la división “Exhumación de restos, Agencia 8, sector Tierra”, a unos 200 metros del lugar.

Al acercarme al lugar indicado, un cartel grande y desprolijo anunciaba “Agencia 8”. Entré y vociferé desde el mostrador situado en la entrada del edificio, para que me atendieran. Un muchacho, desde su escritorio, ubicado a unos 10 metros hacia el interior, me hizo pasar y me pidió que lo espere. El joven, de ojos claros y saltones, escuchó atentamente mi desventura; luego cargó los datos de la ubicación de la tumba que le indiqué (sección, manzana, tablón y sepultura) en una vieja y lenta computadora, y después de algunos segundos, me confirmó que los restos de Mamá ya no estaban allí, y que no sabía, a ciencia cierta, dónde estaban.

Para averiguarlo, me mandó al “Depósito de restos”, ubicado en otro edificio, a unos 300 metros del lugar. Allí, tenía que ver a los señores Farías o Barroso, quienes supuestamente, iban a poder ayudarme. Cuando llegué al sitio indicado, me atendió muy amablemente un señor mayor, que simultáneamente leía el diario del día y miraba el noticiero televisivo “Arriba Argentinos”. Ni Farías, ni Barroso estaban, habían salido a hacer “la recorrida habitual” y tardarían unos 30 minutos aproximadamente; así que decidí esperarlos, mientras escuchaba, por un lado las noticias de la televisión, y por el otro mis confusos pensamientos.

El “Depósito de restos”, estaba situado en la zona de panteones y monumentos. Mientras esperaba a Farías y Barroso, los recorrí, uno por uno. La sensación fue escalofriante, no sé si por la frialdad que produce tanto mármol, o por la deprimente sensación que provoca saber lo que hay allí adentro. Todos estaban herméticamente cerrados, como para que ni los cuerpos, ni las almas, pudieran huir. Me llamó mucho la atención, la gran cantidad de telas arañas que había en todos los rincones de los mausoleos; increíbles tejidos se desplegaban como grandes obras de ingeniería, que constituían, paradójicamente, su propio cementerio de insectos, dentro del gran cementerio de humanos.

Después de la larga espera, llegaron por fin Farías y Barroso, juntos, a quienes el señor mayor les indicó que yo los estaba esperando. Me presenté y les conté mi problema. Barroso me pidió que lo acompañe hasta un viejo mostrador de madera, y lo espere detrás de él. Farías, en tanto, tomó un manojo lleno de llaves, eligió una y abrió una antigua puerta de madera, de dos hojas, que estaba del otro lado del mostrador, frente a mí. Mientras Barroso leía lentamente la nota que le había mandado el muchacho de ojos claros y saltones, fijé mi vista en la escena de la apertura de la puerta, tal vez, atraído por el característico ruido que provoca la manipulación del manojo de llaves. ¡Fue increíble! Mi vista se clavó inconscientemente en ese espacio. Detrás de esas puertas había un largo pasillo, con una interminable estantería, de cuatro o cinco niveles, repleta de bolsas de residuo negras, con cientos de restos humanos, ataúdes y urnas. ¡Me quedé paralizado! No podía despegar mi vista de ese lugar. La escena parecía irreal. Ambos entraron al depósito, y mientras Barroso buscaba en una larga lista impresa el destino de los restos de Mamá, a su lado, Farías, preparaba mate en una piletita corroída por los años, rodeado hasta el techo de restos humanos, ataúdes y urnas.

Cuando Barroso encontró lo que estaba buscando, vino perezosamente hasta el mostrador donde yo esperaba, y me dijo que efectivamente los restos de Mamá habían sido removidos el 25/7/2013, y que necesitaba 48hs para saber donde estaban.

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Con mis padres, tíos y primo en Mar de Ajó. Principio de los '70

Apenas si podía oirlo. Estaba completamente hipnotizado por la situación. Tuvo que repetirme varias veces lo mismo porque no podía retener lo que me decía. Tanto fue así, que estuvimos hablando durante 10 o 15 minutos, tiempo suficiente para que ocurriera algo más insólito aún. Mientras Barroso me contaba por tercera o cuarta vez cuales eran los pasos a seguir para llevar a Mamá a un nicho, se acercó Farías, con cara de entusiasmo, con el brazo extendido y una bolsa negra sostenida por su mano derecha preguntando, “…¿Cuál era la ubicación de la Sra.?...”. Yo no podía creer lo que estaba viviendo. No podía entender lo que me estaba pasando. Un escalofrío inédito recorrió mi cuerpo. En la bolsa negra que tenía Farías en su brazo extendido, ¡estaba Mamá!

Farías y Barroso sonrieron, les pareció increíble la casualidad que, entre tantas bolsas, justo hallaran la correspondiente a los restos de Mamá, sin habérselo propuesto especialmente. Este hecho, que me dejó perplejo para el resto del día (y por varios días), aceleró todo el trámite. Una vez hallados los restos, podía llevarla a un nicho esa misma mañana, y tener así un lugar donde poder darle un gigantesco beso imaginario; decirle lo mucho que la quise y la quiero; regalarle una flor; contarle mis últimas novedades y pedirle algún oportuno consejo.

Entonces empezó (o mejor dicho siguió), la tediosa maratón burocrática.

Volví a ver al joven de ojos claros y saltones, a la división “Exhumación de restos, Agencia 8”, quien me preparó un formulario llamado “Exhumación de restos”, por triplicado, para los distintos sectores que iba a tener que visitar. Lo más absurdo de este hecho, es que tuvo que completar el formulario (con 11 datos cada uno), a mano alzada y sin carbónico, es decir, escribiendo los once datos, tres veces.

Una vez que finalicé el trámite en la “Agencia 8”, tuve que ir a la Administración Central (a unos 400 metros de allí), para ver a la Sra. Susana, en la “Oficina 3”, y elegir la ubicación del nicho. Para poder seguir adelante con la gestión, fue necesario que vaya también a la “Caja”, para pagar el alquiler anual, y volver a ver a la Sra. Susana, para que me prepare los papeles correspondientes al arrendamiento.

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Sil, Mamá, La abuela (mamá de mi Papá), Papá y yo. En los '90

Terminado el trámite de arrendamiento del nicho, la Sra. Susana me envió a ver al Sr. Lugano, en el anterior sector de “Exhumación de restos”, pero esta vez, bien al fondo de la oficina, en el último escritorio del sitio. Allí el Sr. Lugano completó una serie de formularios (todos rubricados a los golpes, con un arcaico sello de goma), y me indicó que vaya a hablar con el Sr. Orellano (a ya no se qué sector, pero a unos 200 metros del lugar), para que retire los restos, le compre la urna y me acompañe al nicho.

Con el Sr. Orellano volvimos a buscar al Sr. Barroso a la zona de los panteones. Allí, el Sr. Barroso nos esperaba con los restos de Mamá. Después del saludo entre ambos, y de comentarios internos propio entre colegas, el Sr. Orellano tomó la bolsa, y nos fuimos caminando. Marchamos hasta un galpón, ubicado a varias cuadras del lugar, donde elegiría la urna que iba dentro nicho.

No podía creer lo que estaba viviendo. Cuando llegamos al viejo galpón, el Sr. Orellano fue a buscar distintas opciones de urnas para ofrecerme. Al irse, apoyó suavemente los restos de Mamá sobre un escalón, a no más de 3 metros míos, y por unos minutos, nos quedamos solos, como hacía casi 18 años no ocurría, por eso, el 6 de diciembre de 2013, fue ¡el día que volví a estar con Mamá! La sensación fue inexplicable. Estuve tranquilo, sereno, no podía dejar de mirar la bolsa e imaginar a Mamá viva. Espiaba por entre los pequeños agujeros que tenía la bolsa, pero en el fondo, no quería ver. Sabía que el manojo de huesos que miraba no era ella, pero también sabía que le habían pertenecido, que habían sido parte de su estructura erguida y vital. En esos restos estaba su ADN… y el MIO. Todo el tiempo que estuvimos solos, miré la bolsa. Sentí paz, mucha paz, y aunque algunos no lo crean, mantuvimos un diálogo imaginario maravilloso. Sentí una paz muy profunda. Tuve ganas de tocarla, o de tomar la bolsa y llevarla yo hasta su nicho, pero no me animé.

En esos pocos minutos reviví los 33 años que estuvimos juntos. Recordé su vitalidad, su ímpetu y su desbordante alegría. Mamá tenía una energía muy especial, que le transmitía a cada ser que se acercaba a ella. Tenía un gran sentido del humor, y lo comunicaba elocuentemente y a los gritos. También recordé sus enojos: colosales y efímeros; cuando Mamá se enojaba era una tormenta brutal, pero tan pasajera, que en minutos volvía a ser un sol radiante. Recuerdo cuando se pinchaba con la aguja de coser, o se golpeaba accidentalmente su cuerpo, y se la agarraba con “Dios, la virgen, el espíritu y todos los santos juntos”, mientras mi abuela (la mamá de mi papá) iba y venía por el patio rezando el rosario, y pidiéndole a Dios que la perdone. Mamá no sabía hablar en vos baja, cualquier secreto que ella quisiera transmitir, era vox pópuli; no podía ocultarlos, se les escapaban por la mirada. Sus ojos eran verdes, y su mirada transparente, tan transparente, que llegaba hasta el alma. Era previsible, pensaba y razonaba simple, con una lógica indiscutible. Nunca toleró que la Nona (su mamá), que padecía demencia senil avanzada, se olvidara de los hechos que recién habían acontecido, y se enojaba tanto con ella, que la peleaba para que los recuerde. Era cómico cuando los vecinos le decían “…Chiche, estuvo estornudando hoy, no?...”, se la escuchaba en toda la manzana. Cuando subíamos a un colectivo, o entraba a un negocio, o iba a algún espectáculo, hablaba con todo el mundo; siempre tenía un motivo de charla.

Mamá era única, como lo somos todos, pero ella… era más única.

Después volvió el Sr. Orellano y me pidió que elija entre una u otra urna. Elegí cualquiera, y nos dirigimos hasta la galería correspondiente. Caminamos mucho, muchas cuadras, en todo el trayecto no pude sacarle de encima la vista a la bolsa. Imaginaba que Mamá también me estaba mirando, desde adentro de esa bolsa, o desde algún otro lugar del cosmos. Le recordé entonces, lo tanto que la había querido y admirado… se sonrió.

Luego llegamos al nicho. El Sr. Orellano lo abrió, acomodó los restos de Mamá en la urna (que compré doble para poder reencontrarla con Papá muy pronto), la puso en el nicho y lo cerró. Finalmente me presentó al último personaje de esta historia, a Luis “El cuidador”. Estuvimos hablando, me contó cuál era su función, y me ofreció hacerle una placa con su nombre, colgarle una virgencita y hacer un pulido general al mármol del nicho, a cambio de unos pocos pesos. Le dije que sí.

Después, saludé a Luis, quien me dejó un último instante con Mamá, tiempo suficiente para darle un gigantesco beso imaginario; decirle lo mucho que la quise y la quiero; contarle mis últimas novedades y pedirle algún oportuno consejo.

Finalmente, nos despedimos con una enorme sonrisa por el reencuentro… y me fui.

Ricardo Somoza

(Abril 2014)

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