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Ricky

 Blog

La muerte de Chanchita

El sábado 23 de abril del año 2010, Feli cumplió 8 años de vida, y como ocurre todos los años, “mi Reina”, (tal como le digo cariñosamente), estuvo durante semanas soñando con ese maravilloso día, deseándolo ansiosamente, pensándolo todo el tiempo, preparando el vestuario y hasta presagiando los regalos que iba a recibir.

 

Despertó, al igual que todos los días 23 de Abril, oyendo nuestro desafinado feliz cumpleaños, que Santi, Sil y yo, le balbuceamos tradicionalmente, cuando irrumpimos en su habitación, con los regalitos entre las manos, cantando y filmando ese grotesco momento. Ese día, Feli recibió un regalo muy especial, y no precisamente de nuestras manos, recibió por primera vez en su vida, un regalo viviente


Felicitas, va al Instituto educativo Alas desde salita de dos. Fue entonces cuando conoció a Lila, una de sus mejores amigas, inclusive en la actualidad. A Lila, Sil y yo, la habíamos conocido unos años antes, pero dentro del vientre de su madre, Isabel, con quien nos cruzamos ocasionalmente en la vida en una circunstancia muy particular. 


Transcurría el año 2001 y en la Argentina se vivía una convulsionada crisis social, una de las peores de su historia. Yo empecé a participar activamente en la denominada “Asamblea popular de Ángel Gallardo”, que se juntaba un par de veces por semana en la esquina de Ángel Gallardo y Corrientes, a dos cuadras de casa, en Villa Crespo. Allí, además de opinar y debatir sobre política y sobre la crisis del momento, se buscaban soluciones para palear la situación de los vecinos más necesitados. Una de las tantas acciones resueltas en la asamblea, fue colaborar con el comedor comunitario “Niño Jesús”, recientemente creado, cooperando con ropas y alimentos que conseguíamos en el barrio. Yo, casualmente, fui el encargado de coordinar el operativo en el comedor. Entonces, fuimos con Sil a cumplir la tarea encomendada, y conocimos a una mujer maravillosa, a una “guerrera” de la vida, una persona solidaria ciento por ciento, que ama y defiende la vida y a los animales, con una fortaleza espiritual impresionante; conocimos a la fundadora del comedor “Niño Jesús”, a Isabel (e indirectamente a Lila, que nos espiaba silenciosa desde el interior de su vientre).

 

Feli ama a los animales, fundamentalmente a los perros. Tiene varios libros sobre ellos y conoce casi todas las razas y sus características. Aunque muchas veces les teme, cuando toma coraje se acerca y los acaricia; son su debilidad. Vive pensando en el día en que tenga uno, y nos quema la cabeza, año tras año, para que le regalemos uno, pero se lo venimos negando y postergando casi cruelmente.

Al enterarse Isabel de esta situación, se le ocurrió, a cambio, regalarle una pecera con dos pececitos, chiquitos, pero vívidos, a los que no iba a poder llevar a dar la vuelta a la manzana todas las noches, pero a los que iba a tener que cuidar y alimentar con responsabilidad, porque serían sus primeras mascotas.

 

El regalo para ella fue impactante. Al principio estaba alucinada. Les hablaba, los miraba todo el tiempo, los alimentaba y cuidaba con todo su amor. Feli tiene un gran corazón y muchísimo amor para dar. Al rato de conocerlos, de común acuerdo con Santi, los bautizaron con los nombres de “Chanchita” y “DelPo” (a este último por su parecido físico con el tenista argentino Juan Martín del Potro, pero en formato pez).


A medida que pasó el tiempo, el entusiasmo y la excitación inicial se fue aplacando. Sin embargo se mantuvo inalterable todo el cariño y el cuidado que era capaz de ofrecerles. Aunque no todas las noches (pero sí muchas de ellas), los alimentaba, conversaba con ellos y hasta era capaz de colaborar en alguna tarea de limpieza. 

En junio de 2011, notamos que Delpo estaba afectado por una enfermedad terminal, y al cabo de varios días de agonía, murió. El hecho ocurrió en un horario en el que Feli estaba cursando en el colegio. Aprovechando esa circunstancia, me encargué de sacarlo de la pecera lo más rápidamente posible, para evitar que presencie tan dolorosa situación. Cuando Feli volvió del colegio y le dimos la noticia, Delpo ya no estaba, y aunque el hecho la llenó de impotencia y pena, lo asumió con valentía y observó que ahora tenía que ocuparse de Chanchita, ya que había quedado sola, sin su compañero de toda la vida. A partir de ese momento, Feli volvió a ocuparse más activamente de Chanchita. Si bien en algún momento barajamos la posibilidad de comprar un nuevo pez para que Chanchita no esté sola, postergamos eternamente dicha decisión.


El domingo 6 de Mayo de 2012, fue un día diferente para nosotros. Afuera, el clima estaba espantoso, era un típico día triste. Adentro, a pesar del confort de nuestro dulce hogar, que nos aislaba del mal tiempo, también era un día triste. 


Feli amaneció tarde, como todos los domingos, y lo primero que hizo fue ir a la pecera, para ver cómo estaba su amiga Chanchita, que desde hacía varios días no la veíamos bien. El pececito, prácticamente no subía a la superficie; por momentos parecía que boqueara, como si le costara respirar; y era llamativo (además de triste) ver que no podía enderezarse, que nadaba haciendo un gran esfuerzo y de costado. Era evidente que el final estaba cerca.


Toda la familia era consciente de la situación por la que estaba atravesando Chanchita, y durante los días que duró su agonía, nos acercábamos a cada rato a la pecera, individualmente, en diferentes momentos del día, con la angustiante sensación de creer que la encontraríamos sin vida, y cuando la veíamos inmóvil, le golpeábamos el vidrio, para que reaccionara, siendo muy aliviador verla reaccionar. 


Pero ese domingo, no sé quien fue el primero en ver que Chanchita ya no se movía, y que a pesar de golpearle el vidrio, no reaccionaba. La pobrecita, había quedado arqueada, formando una “U” boca abajo y no respiraba. A lo largo de todo ese día, en distintos momentos, nos fuimos acercando a verla, y dábamos golpecitos al vidrio de la pecera para ver si reaccionaba, esperando un milagro, pero no ocurrió. En ocasiones, al golpear el vidrio parecía que se movía, hasta que nos dábamos cuenta que el movimiento que veíamos, era producido por el vaivén del agua.


Luego, surgió la duda, ¿qué hacemos con el cuerpo ya sin vida de Chanchita?... Y Feli tuvo la respuesta. Ella dijo, ante nuestra sorpresa:


-“¡La voy a sacar yo! La voy a poner sobre las piedritas de su pecera, y después le voy a poner piedritas arriba,

tapándola un poco, pero sin lastimarla”-. 


Nos quedamos mudos. Con Sil nos miramos y nos dijimos todo sin decirnos nada. Fue una decisión valiente, ¡muy valiente! A pesar de la tristeza y de sus 10 añitos, asumió su rol de “dueña” y se hizo cargo del momento más difícil, sin lugar a dudas, que existe entre cualquier dueño y su querida mascota: el momento de la sepultura final.

 
Entonces, Sil se fue para no ver, y yo me quedé para ayudar a Feli a preparar toda la ceremonia. Esta se desarrolló en el único mundo conocido de Chanchita, en el comedor del departamento, lugar donde vivió toda su vida. Para iniciar el operativo, tomamos unas cuantas hojas del diario “La Nación” que habíamos recibido ese mismo día y las pusimos en el piso. Luego, Feli sacó un poco de agua con un jarrito, hasta que el cuerpo de Chanchita estuviera a su alcance; después, con una "cuchara” que improvisamos, con una tapa de frasco de mermelada sujetada a un lápiz largo, que hacía las veces de mango, extrajo algunas piedritas del fondo de la pecera y las puso en el medio del periódico que estaba en el suelo. Cuando quiso pescar a Chanchita (con la cuchara de tapa de mermelada improvisada), no le fue fácil. Lo intentó un par de veces, pero al tratar de sacarla de la pecera, el empuje del agua la expulsaba de la cuchara, y había que empezar la penosa maniobra nuevamente. La ayudé, y entre los dos lo logramos. Luego ella se encargó de acostar y acomodar a Chanchita sobre las piedritas que había escogido para su descanso final. Volvió a sacar más piedritas con la cuchara, les escurrió el agua, y tapó cuidadosamente el cuerpo de Chanchita, sin lastimarla, poniendo con sus propias manos, piedrita por piedrita, con mucho cuidado, hasta cubrir todo su cuerpo, como si fuera una mortaja de piedras, y dejando sólo su cabeza descubierta. Finalmente, después de observarla por un rato por última vez, y de darle el último adiós, la envolvimos con las hojas del diario y cuidadosamente la enterramos como corresponde.


Feli sola se encargó de toda la ceremonia. Fue muy valiente, no le cayó una sola lágrima, a pesar de su evidente tristeza. La miré varias veces a la cara, tratando de leer su pensamiento, y noté que estaba muy ocupada en todos los detalles, hasta el más mínimo. Feli es así, muy sentimental, decidida y valiente. Se hizo cargo con hidalguía del rol que le correspondía. 


Luego nos fuimos los cuatro a la cocina a cenar, como todas las noches, y fue una cena distinta, triste, en la que casi ni hablamos. La tele nos mostró durante largo rato, imágenes que no vimos y nos entretuvo con un relato, que nunca escuchamos. Al final, levantamos la mesa, y nos fuimos cada uno para su cuarto, a dormir. Yo me acosté un ratito al lado de Feli, en su cama, y ya ni recuerdo si le leí algún cuento. Cuando se durmió me pasé a mi cama. Después fuimos apagando una a una las luces de los veladores, y quedamos iluminados únicamente por las parpadeantes luces de los televisores, que nos adormecen muy lentamente. Al final, y cuando ya todos estábamos profundamente dormidos, los timer de los televisores se activaron, y el silencio y la oscuridad dominó el espacio.

Ricardo E. Somoza
Mayo de 2012

Feli, te amo porque te amo, sos mi debilidad; y en gran medida, también te amo por tu dulzura y tu temperamento.

GRACIAS POR SER MI HIJA. Papi.

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