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Ricky
Blog
Que lindo es poder vivir!
La vida
¡Qué lindo es poder vivir,
si se vive en libertad!
Con dieciocho años de edad
y un futuro venturoso,
Él trabaja como un oso
cuando hay que trabajar,
y quiere siempre ganar,
aunque eso sea imposible,
pero se siente invencible,
cree que él solo se arregla,
pues no conoce las reglas
del podrido mundo actual.
Dicen que es muy liberal
por la música que escucha,
y él casi nunca lucha
por demostrar lo contrario;
también hay gente en su barrio
que sin conocerlo de antes
dice que es un atorrante
porque usa el pelo largo.
Le gusta jugar al fútbol,
pero más ir a la cancha,
y en la tribuna se ensancha
gritando desaforado.
A veces, desesperado,
por pasión pierde la calma
y como es bostero de alma
va y se mezcla con la hinchada
y termina a las trompadas
escapando de la cana.
Tiene padres y una hermana
aunque poco los valora,
Él les dice que ya es hora
que lo dejen vivir en paz!
Sin darse cuenta quizás
que no hay paz más duradera
que en una familia entera,
compañera, siempre unida:
“Es la base de la vida
comprender a los demás”.
No piensa nunca en la muerte,
ni cree haber sentido morir,
él tan solo quiere vivir
en un mundo diferente.
Sin pensar el inocente
que sus padres ya quisieron
y a ese mundo no pudieron
llegar más que con la mente.
Aunque él es inteligente
y no le falta educación,
en su casa es un gritón,
hasta a veces prepotente,
porque tranquilo se siente
sabiendo que si discute
o le llevan el apunte
o no, pero nada pasa,
ni lo echan de la casa,
ni le quitan la comida,
pues es la ley de la vida
perdonarlo siempre al nene
La colimba
No hay un sábado a la noche
que se quede sin salir,
y no se puede dormir
sin darle un beso a su madre.
Se siente a veces el padre
de su hermana que es menor,
pues si comete un error,
él la reta, la reprende,
porque piensa que así aprende
a ser cada día mejor.
Es un chico observador,
con ideas reservadas,
y mantiene limada
la cantidad de amigotes;
le encanta pasearse en bote
con “amigas” diferentes,
después se las lleva enfrente
a charlar a las glorietas
y al final se las aprieta
disfrutando de los bosques.
Y llegó al fin el día
que él quería que no llegue
cuando tocó que se entregue
al servicio de la patria.
¡Cuanta bronca!, ¡cuanta rabia!,
dejar éste paraíso
para ir donde no quiso,
sino donde lo llevaron:
¡porque al sur lo destinaron!
De bronca lloró en el viaje
pues “no hay nada más salvaje”
-según su propio opinar-
“que el servicio militar
en la Nación Argentina,
porque es todo una mentira
con valores inventados,
donde solo es respetado
el grado de una jineta
y parecen marionetas
los chicos, que son soldados”.
Muchas veces se sintió
humillado por el trato,
y parece viejo trapo
la ropa que lleva puesta.
A veces dice que cuesta
que le pase la comida,
no ve nunca una mina,
o se aburre o lo bailan,
no discute si lo mandan
obedece y a otra cosa.
¡Qué vida tan espantosa!
Hace un frío de novela,
las letrinas tienen telas
que las resguardan del viento.
Como es chico el regimiento
en tres carpas entran todos,
pero igual se siente solo
y en silencio pide a gritos:
“Que revienten los milicos
que me apartaron de todo”.
La guerra
Después de catorce meses
le dieron por fin la baja,
y con mucho esfuerzo ataja
una lágrima tramposa,
que brillaba temblorosa
en sus ojos semi-abiertos,
como si hubiera despierto
recién de una pesadilla.
Se acaricia las mejillas,
se refriega bien los ojos,
se estira… se pone flojo,
cuenta y cuenta las historias
que vuelven a su memoria
ahora con una sonrisa,
mientras espera con prisa
la entrega de esa libreta,
que confirma a ciencia cierta
que ya no es más un colimba,
que ya no corre, no limpia,
no barre, ni es más sirvienta.
Y se siente más tranquilo,
porque el tiempo al ir pasando
le permite ir olvidando
el servicio militar.
Otra vez quiere jugar
con mina que se le acerca;
de nuevo poco respeta
a los padres y a la hermana,
que hasta ayer nomas juraba
con nunca más contestarles
y en lo posible mostrarles
el cariño que les tiene.
Cariño que acá se pierde
pero a la distancia aflora,
por el que el más fuerte llora,
al duro le crea dudas,
el que siempre al tiempo apura,
por el que uno hace imposibles,
y al fin cuando lo consigue
lo pierde haciendo locuras.
Dos de Abril del ochenta y dos:
¡RETOMAMOS LAS MALVINAS!
Carteles y serpentinas
cubren a Plaza de Mayo,
que por muertes y desmayos
fue noticia en esos días,
cuando algunos policías
de vocación animales
provocaron mil desmanes
entre obreros que marchaban
porque no los escuchaban
los sordos que están arriba.
Ahora todo es alegría.
Él también vive la euforia
que borró de las memorias
los problemas de la Nación,
como si con esta reacción
se salvara mi País
que hundido hasta la nariz
pedía fin a la traición.
Grita y grita el pueblo entero
y ovaciona al presidente.
Galtieri se hace presente
asomándose al balcón,
y creyéndose Perón
alza los brazos al cielo
como un líder de este suelo;
porque dijo el muy canalla
que “...Les daremos batalla
si se vienen con la flota...”,
sin pensar el cararrota,
que la flota se vendría
y con ella la agonía
del gobierno militar,
pues no se puede jugar
a la guerra con humanos,
dejando morir en vano
pendejos sin instrucción
y destrozando la ilusión
de mil hogares cristianos.
Con sus padres y su hermana
celebraba la victoria,
sin pensar que en esta historia
sería protagonista
de una guerra imprevista,
apurada y despareja,
que los pocos que manejan
decretaron sin vergüenza,
sin medir las consecuencias
ni pensar en resultados.
Militares apurados
por un pueblo que apuraba,
por el hambre que pasaba,
por la miseria reinante.
Situaciones delirantes
de una horrible dictadura,
que tan solo hacía mas dura
la vida en la Argentina,
y que con lo de Malvinas
culminaron su locura.
Estuvo casi dos meses
viviendo adentro de un pozo,
por un cañón desastroso
que su grupo tuvo a cargo.
Tres soldados y un cabo,
en lo alto de un monte helado,
sin un equipo adecuado
ni comida suficiente,
al mando de un subteniente
que desde abajo ordenaba
por una radio que andaba
tan solo de vez en cuando.
Tuvieron que andar robando
cosas que necesitaban.
Hasta a veces se abrazaban
para darse más calor,
y era asqueroso el olor
que casi siempre tenían
pues pocas veces podían
lavarse con agua y jabón.
La muerte
Se lo pasaba pensando
todo el día en su familia,
y escribía si podía,
o inventaba una canción,
y lloraba de emoción
cuando una carta llegaba,
la leía hasta gastarla
y la guardaba en su rincón
donde tenía el montón
que cuidaba con su sangre.
Pues cada carta es la madre
que se acerca en la distancia,
es un alto en la desgracia,
un minuto de emoción
dentro de esa confusión
que provocaba la guerra,
esa guerra que lo viera
hundirse junto al cañón,
por la maldita explosión
de aquella bomba certera.
En un marco encarnizado
decorado por la sangre,
por la muerte y por el hambre
de los chicos que luchaban,
otros se condecoraban
por la hazaña realizada.
Y las islas conquistadas
día a día se perdían,
y los chicos se morían,
y la lluvia no cesaba,
y el imperio que avanzaba,
que arrasaba con los pibes,
secuestrándoles fusiles,
capturándolos rendidos,
agotados y vencidos
en la batalla final,
mientras vemos el mundial
que desde España transmiten
y putemos si lo emiten
con defecto de señal.
Tras dos meses sin noticias
los padres de él recibieron
una carta que escribieron
los chicos que lo encontraron,
y que después lo enterraron
a instancia de los ingleses,
junto con otros trece
cadáveres destruidos,
en un pozo construido
por ellos mismos, llorando,
mientras los iba mojando
una llovizna morbosa.
Situaciones espantosas
que en la carta describieron,
como que reconocieron
solo a seis de los catorce
que sepultaron entonces.
¡Manos rudas! ¡Voces mudas!
que se mezclan con las dudas
de querer seguir viviendo.
El final
Y a Galtieri que le importa
si le matan cien soldados,
si total, es el Estado
lo que se está defendiendo.
Que si matando o muriendo,
que de sentado o luchando,
mientras se vaya ganando
no hay razón para parar!
Y que se puede esperar
de estos pobres militares.
¡Asesinos… Criminales!
que mandaron a la guerra
carne tierna de esta tierra,
argentinos por decreto,
¡Ay! Que falta de respeto!
por la gente, por la vida,
porque abrieron una herida
en los pibes de mi pueblo.
Genocidas, LOS DETESTO!
¡Y QUE CREZCA MI ARGENTINA!
Ricardo E. Somoza
(1982 -1984)
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