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Ricky

 Blog

El crédito y la deuda

Un combustible explosivo

Una de las cosas que más me impresionó a lo largo de esta investigación, fue descubrir el mecanismo del crédito y la deuda, un combustible indispensable para sostener el sistema, pero que se lo utiliza de una manera tan irracional, que lo convierte en una bomba de tiempo capaz de estallar en cualquier momento, y producir una catástrofe mundial inimaginable.

Para mí fue asombroso descubrir que los principales estados del mundo están al borde del “Default(*1), pues cargan sobre sus espaldas las mayores deudas públicas del planeta. Saber que la deuda pública de EEUU es de más de 14 BILLONES de dólares (es decir, U$S 14.000.000.000.000, 56 veces más que la deuda externa Argentina); y que se incrementa a un ritmo de 1 BILLON de dólares anuales; y que además, la deuda interna es de varios TRILLONES de dólares, parece inconcebible. Países como Japón, Alemania, Reino Unido, Francia y otras potencias, tienen también deudas públicas de varios BILLONES de dólares (*2).

Heladeras, Siam Di Tella, obsolescencia planificada, basura, medio ambiente, sistema monetario

Pero… ¿Qué condujo a los países, y a sus ciudadanos, a contraer semejante endeudamiento?... ¿Es pagable esa deuda?

Empezaré respondiendo primero lo segundo: LA DEUDA ES ABSOLUTAMENTE IMPAGABLE. Y esto es así, simplemente, porque no existe el dinero que se adeuda. Si todos los habitantes del mundo, y todos los países del planeta, salieran simultáneamente a querer efectivizar sus deudas y recuperar sus ahorros, el sistema monetario colapsaría, porque dicho dinero no existe; se provocaría un pánico bancario de tal magnitud, que significaría, o bien una masacre mundial sin precedente, o bien el final del sistema socio-económico actual.

Ahora sí, examinemos sus causas. Como ya mencionamos anteriormente, la “Gran depresión” de la década de 1930, significó un quiebre fundamental en el sistema socio-económico reinante. La caída de la producción y la prolongación en el tiempo de altas tasas de desocupación pusieron en duda las concepciones neoclásicas. Estas destacaban que los desajustes ocasionados por las variaciones de la actividad económica serían superados a partir del libre funcionamiento de las fuerzas de mercado. Otras posturas, sin embargo, recomendaban una política activa frente a la crisis. El Keynesianismo, por ejemplo, dijo que el fenómeno debía ser contemplado desde una perspectiva global y macroeconómica, en el que el Estado ocupara un lugar significativo dentro del sistema económico.

La argumentación de Keynes atacaba la concepción neoclásica del desempleo. Si los empresarios reducen los salarios en una situación de desempleo, el flujo de la capacidad adquisitiva (es decir, la demanda agregada) disminuye paralelamente con la bajada de los sueldos. La contracción de la demanda afectará por tanto a los empresarios y aumentará el desempleo. No puede esperarse en este supuesto una reacción espontánea de fuerzas que corrigieran la situación, pues el equilibrio con desempleo y menos producción puede ser permanente. De no aparecer pues inversión privada, sería el estado el que debe intervenir para elevar el nivel de la inversión, incrementando el gasto público para recuperar la demanda. Esto corresponde a una política económica anti-cíclica, que se traduce necesariamente en un aumento del déficit fiscal en momentos de crisis para lograr reactivar la economía.

Al asumir Franklin D. Roosevelt la presidencia de la Nación en los Estados Unidos de Norte América, en 1933, se aprobaron rápidamente en el Congreso, un paquete de leyes, que fueron conocidas como New Deal. Se tomaron entonces, medidas tales como incremento del crédito proporcionado por los bancos centrales, aumento del gasto público; mejores controles bancarios; disminución de la tasa de interés; abandono del patrón oro; intervención estatal de empresas; creación de empleos directamente por parte del Estado; incremento de salarios; establecimiento de la seguridad social y el seguro de desempleo; libertad sindical; transición de una economía de paz a una de guerra (rearme). 

Como puede verse, la intención del presidente Roosvelt y su equipo, fue reactivar el sistema de crecimiento constante, que se había interrumpido. Para lograrlo, aumentó el gasto público de manera desmedida, inyectando dinero a la quebrada economía Americana, salvando a una banca incompetente e insolvente y reestableciendo el mecanismo de labor que estaba literalmente fracturado. Para poner en marcha esta estrategia, fue necesario salir de la convertibiidad del oro (medida que se estableció en 1931 en Reino Unido, en 1933 en EEUU, en 1936 en Francia y así sucesivamente en el resto de los países del mundo), para que los estados pudieran fabricar billetes sin límites. 

A partir de ese momento, con el propósito de que el sistema productivo no se detenga nunca, se hizo accesible el crédito, permitiendo el endeudamiento libre y masivo de las empresas y de los consumidores, con tal que las primeras no interrumpan su producción, y los segundos no dejen de consumir. Utilizando igual criterio, los estados empezaron a hacer lo mismo, emitiendo papel billete indiscriminadamente, y contrayendo deudas con otros estados o particulares, a través de la toma de empréstitos, de la emisión de bonos y de letras del tesoro.

Fundamentalmente desde la década de 1970, la deuda pública de casi todos los países del mundo crece en forma exponencial. Del mismo modo ocurre con la deuda privada, pues en países desarrollados, sus habitantes compran inmuebles y otros bienes, a muy largo plazo, creando una burbuja especulativa y financiera que sin lugar a dudas, en muy poco tiempo, desembocará en una nueva crisis económica.

Nociones para entender un poco más la economía

Mucha gente dice que no entiende de economía y cree que hay que dejarla en manos de los especialistas. Yo particularmente discrepo con ese pensamiento. En economía no hay secretos, y tanto la macroeconomía, como la microeconomía, utilizan los mismos principios básicos de cualquier economía doméstica, esa que todos usamos en nuestro diario vivir. “Debe, Haber y Saldo”, “Oferta y demanda”, “Préstamo y deuda”, “Capital e Intereses”, “Honestos y corruptos”. Cuando compramos, cuando vendemos, cuando negociamos o especulamos, utilizamos las mismas nociones que utilizan los economistas para comprar, vender, negociar o especular entre empresas y naciones. Todo lo que pasa a nivel “País”, es proporcionalmente comparable con lo que pasa a nivel “Hogar”, pues el sistema contable es único y universal. 

 

Pero los términos que se utilizan nos confunden; se usan palabras raras, que nos resultan poco familiares. Y esto es así, porque los tecnócratas o gurúes económicos (llamados “economistas”) utilizan un lenguaje técnico, lleno de palabras difíciles, de manera malintencionada, para que el pueblo crea que no entiende, y deje mansamente en sus manos decisiones transcendentales, cuyas consecuencias padecerá inevitablemente toda la población.

 

No es el objetivo de este espacio, explicar con palabras simples, hechos económicos que parecen incomprensibles en boca de los “expertos”, pero si avanzar en el esclarecimiento de algunos conceptos, a mi criterio importantes, de la economía actual de mercado.

Economía

Según la definición de la Real academia, las principales acepciones del término, son:

 

1. Administración eficaz y razonable de los bienes.

2. Conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una colectividad o un individuo.

3. Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos.

 

A lo largo de la historia, la palabra "economía", ha tenido distintos significados, según el objeto o enfoque, que los economistas de cada escuela, hayan querido reflejar con el término. Sin embargo, a partir de la definición del Barón Robbins (economista británico, 1934), “La Economía comprende la conducta humana como relación entre fines y medios escasos con usos alternativos”, se han unificado, en gran medida, los diversos criterios. 

 

A pesar de ello, la premisa de que la economía se ocupa de hacer una “eficiente y razonable administración de los recursos escasos, para satisfacer las necesidades humanas” no se cumple en el sistema socio-económico actual, pues no administra ni eficiente, ni razonablemente los recursos naturales, y en cambio los despilfarra, sin considerar que son escasos y no renovables. No utiliza métodos eficientes para satisfacer las necesidades humanas, contaminando el medio ambiente, generando desechos tóxicos y destruyendo los recursos naturales, sin importar sus nefastas consecuencias. 

 

El único interés que persiguen los “popes” de la economía actual, está asociado a la rentabilidad que producen las personas, las empresas o los países; a la necesidad irracional de sostener un crecimiento constante a cualquier costo; y a la veneración del crecimiento del PBI, aunque este se produzca por razones nefastas.

El valor de las cosas

La teoría del valor de las cosas nació dentro del terreno de la ética. Los primeros filósofos trataban de responder a problemas de justicia y por ello se preguntaban qué era el "precio justo". Desde la distinción entre Valor de uso (o utilidad) y Valor de cambio (o precio) reconocido por Aristóteles, y hasta la actual teoría de que la “utilidad marginal” es la única determinante de los precios, formulada por los marginalistas austríacos, muchas son las teorías que se han desarrollado, mezclando conceptos subjetivos, objetivos y éticos. Filósofos, religiosos, economistas clásicos, neoclásicos y marginalistas, han tratado de explicar qué es lo que determina el valor de las cosas y siempre han estado presente dos propiedades intrínsecas fundamentales: la utilidad y la escases.

 

En la actualidad, tal vez la teoría más reconocida de valor, sea la que definió el economista austrícaco Eligen von Bohm-Bawerk (1851-1914), al expresar: 

 

“[...] Valor es esa importancia que adquiere un bien o un conjunto de bienes al reconocerle una condición de utilidad que de otra manera no hubiese tenido para contribuir al bienestar de un individuo. 

Todos los bienes tienen utilidad pero no todos los bienes tienen valor. Para que exista valor, la utilidad debe estar acompañada de la escasez. Esto no quiere decir escasez absoluta sino sólo escasez relativa en comparación con la demanda de la clase de bienes en cuestión. Pongámoslo en forma más exacta. Los bienes adquieren valor cuando la oferta total disponible de los bienes de esa clase es limitada, siendo insuficiente para cubrir las demandas de necesidades que estos bienes pueden satisfacer, o lo cercanamente insuficiente como para que la pérdida de parte de los bienes que son cuestión de valoración, convierta la oferta en insuficiente. Por el contrario, los bienes no tienen valor cuando están disponibles en una cantidad tan abundante que no sólo todas las necesidades están satisfechas, sino que además queda un excedente de esos bienes y no hay más necesidades para ser satisfechas por ellos; además el excedente debe ser lo suficientemente grande como para que una pérdida de parte de estos bienes no impida la satisfacción de ninguna necesidad.”

 

Como podemos ver, el valor surge de la conjunción de utilidad "y" escasez. Un bien que no es útil no tiene valor y un bien que no es escaso tampoco tiene valor por más útil que sea. Además Bóhm-Bawerk dejó en claro que surge de la utilidad percibida por las personas. Hasta que la gente no percibe que una cosa puede servir para satisfacer alguna de sus necesidades no adquiere utilidad, pero aun cuando se perciba esa utilidad, para que el bien adquiera valor debe ser escaso. La escasez es un concepto relativo, no hace referencia a la cantidad "objetiva" disponible sino a la cantidad disponible en relación con la que se necesita. Un litro de agua puede ser muy abundante si no tenemos nada de sed y muy escaso si estamos en el medio de un desierto. 

 

En el mundo actual, debido a la automatización, la producción de bienes y servicios es abundante y prácticamente todas las necesidades humanas están satisfechas. Por lo tanto, si no hay necesidades que satisfacer y los bienes y servicios disponibles abundan, según la misma teoría de valor enunciada, estos no deberían tener valor, y sus precios tender a 0 (cero), pero no es así. 

 

Para que los bienes y servicio sigan teniendo valor y evitar que sus precios tiendan a 0 (cero), el sistema actual instrumenta perversos mecanismos para generar necesidad y escases artificialmente. Crea necesidades absolutamente innecesarias, utilizando la publicidad para manipular el deseo y generar insatisfacción en las personas; y crea escases, utilizando los conocidos mecanismos de obsolescencia planificada, marketing, crédito y deuda, que ya hemos desarrollado oportunamente..

Dinero fidusiario

El dinero llamado fiduciario es el que se basa en la fe o confianza de la comunidad, es decir, que no se respalda por metales preciosos ni nada que no sea una promesa de pago por parte de la entidad emisora. Es el modelo monetario que manejamos actualmente en el mundo, y es el del dólar estadounidense, el euro y todas las otras monedas de reserva. Esta tendencia, originaria del siglo XI en China, y responsable de la expansión de las dinastías Yuan y Ming, comenzó contemporáneamente con el Nixon Shock de 1971, que terminó con el sistema de respaldo en metales preciosos del dólar estadounidense, iniciándose también con ello la fluctuación de las divisas, que basan su valor en relación al valor de las demás, y con ello el altamente voluble y lucrativo mercado de divisas, que mueve alrededor de 3 billones de dólares al día.

 

Las monedas y billetes fiduciarios no basan su valor en la existencia de una contrapartida en oro, plata o cualquier otro metal noble o valores, ni en su valor intrínseco, sino simplemente en su declaración como dinero por el Estado y también en el crédito y la confianza (la fe en su futura aceptación) que inspira. Sin esta declaración, la moneda no tendría ningún valor: el dinero fiduciario sería entonces tan poco valioso como el pedazo de papel en el que está impreso.

 

Un billete actual es una clara representación de dinero fiduciario, por cuanto objetivamente considerado carece de valor. Su valoración viene dada por la autoridad monetaria que lo emitió, que goza de confianza entre los sujetos que la aceptan.

Emisión monetaria

Si usted o yo tuviéramos una muy buena máquina de hacer billetes, que los hiciera de gran calidad y parecido a los oficiales, adquirida legalmente y por la que pagamos todos los tributos, podríamos fabricarnos nuestra propia plata. De esta manera, estimularíamos la producción y el consumo, y sin hacerle mal a nadie… Por qué, ¿qué mal estaríamos haciendo? 

 

Si yo fuera un fabricante de sillas, o de software, o de alimento balanceado, cuanto más produzca, mayor será el beneficio para todos. El mío, porque aumentarán mis ventas; el de los consumidores, porque tendrán disponible un nuevo producto; y el del estado, porque cobrará los tributos correspondientes. ¡Y sin hacer daño a nadie!  Pues bien, si en cambio fabricara billetes, tampoco haría mal a nadie, y a cambio, tendría más dinero disponible. Pero si en mi afán de comprar lo que quiera, fabricara una exagerada cantidad de billetes, como consecuencia de ello se provocará inflación y redistribución de riquezas.

 

Está claro, que ni usted ni yo podemos fabricar billetes, porque estaríamos infringiendo la ley, cometiendo el delito de “fraude fiscal”. La única entidad oficial, autorizada por ley para fabricar billetes, es el banco central de cada país. Pero el efecto que provoca la emisión monetaria de un banco central, es exactamente el mismo que provocaríamos usted o yo si fabricáramos billetes: inflación y redistribución de riquezas.

 

En resumen, la fabricación de billetes, lícita o ilícita, causa siempre las mismas consecuencias:

1. Aumenta el suministro total de dinero, provocando un alza de los precios de los bienes y servicios y una caída del poder adquisitivo de la unidad monetaria.

2. Cambia la distribución de la renta y de la riqueza, al desplazar de manera desproporcionada más dinero hacia las manos de los fabricantes del dinero.

Inflación

Supongamos que un estado benévolo, preocupado por el bienestar de su pueblo,  quisiera mejorar la situación económica de sus habitantes, y decidiera, de forma mágica, duplicar la cantidad de dinero que cada persona tiene, de la noche a la mañana. Aunque todo el mundo estuviera eufórico por la aparente duplicación de su riqueza monetaria, la sociedad no se encontraría en mejores circunstancias, debido a que no habría incremento de capital o de productividad o de oferta de bienes. Cuando la gente se apresure a gastar el nuevo dinero, el único impacto sería una duplicación aproximada de todos los precios, y el poder adquisitivo de la moneda en curso se reduciría a la mitad, sin logro de beneficio social alguno. Un incremento de dinero sólo puede diluir la efectividad de cada unidad de dinero.

 

En la vida real, por tanto, el auténtico sentido de aumentar la oferta de dinero es constituir un proceso, un proceso de transmisión de nuevo dinero de un bolsillo a otro, y no el resultado de un mágico e igualmente proporcional incremento de dinero en el bolsillo de todo el mundo y de manera simultánea. La emisión monetaria es siempre un proceso en el que el emisor es el primero en tener el nuevo dinero. Por lo tanto, las primeras personas que tienen el nuevo dinero son los fabricantes del dinero, que luego emplean para comprar diversos bienes y servicios. Los segundos receptores del nuevo dinero son los minoristas que venden esos bienes a los fabricantes del dinero. E interminablemente el nuevo dinero se desplaza por el sistema como una onda, yendo de un bolsillo a otro.

 

Mientras lo hace, hay un efecto de redistribución inmediato. Ya que, primero los fabricantes del dinero, después los minoristas, etc., tienen nuevo dinero e ingresos monetarios que usan para pujar por bienes y servicios, aumentando así su demanda e incrementando los precios de los bienes que compran. Pero tan pronto como los precios de los bienes comienzan a subir en respuesta a la mayor cantidad de dinero, aquéllos que todavía no han recibido el nuevo dinero se dan cuenta de que los precios de los bienes que ellos compran han subido, mientras que los precios de venta de sus propios productos o sus ingresos en general no han aumentado. En breve, los receptores iniciales del nuevo dinero en esta cadena de acontecimientos de mercado salen ganando a costa de aquéllos que reciben el dinero cerca del final de la cadena, e incluso salen peor paradas aquellas personas que nunca reciben el nuevo dinero (por ejemplo, aquellos que dependen de ingresos fijos como rentas anuales, intereses o pensiones). De esta manera, la inflación monetaria actúa como un ‘impuesto’ oculto, mediante el cual los receptores iniciales expropian (ganan a costa de) los receptores finales. Y desde luego, al ser el fabricante del dinero el primer receptor del nuevo dinero, su ganancia es la mayor.

 

Este impuesto es particularmente malicioso dado que se oculta, al entender pocas personas los mecanismos del dinero y la banca y ser demasiado fácil echar la culpa de los precios al alza o ‘inflación de precios’ causada por la inflación monetaria a los codiciosos capitalistas, especuladores, consumidores compulsivos, o al grupo social que sea más fácil denigrar. Obviamente, también, los fabricantes del dinero están interesados en desviar la atención de su propio y crucial papel mediante la denuncia de cualesquiera otros grupos e instituciones como responsables de la inflación de precios.

El crédito bancario en un sistema de reserva fraccional

La banca de reserva fraccional o reserva fraccionaria de los depósitos a la vista, es un elemento clave en el sistema económico actual. Fue responsable del rápido crecimiento en la época de bonanza y es el principal culpable de todas las crisis financieras.

 

La banca de reserva fraccional consiste en que la entidad bancaria reserva parte de los activos que el inversor deposita y utiliza el resto para realizar diversas operaciones financieras. Esto genera un efecto multiplicador del dinero. La relación entre el requerimiento de reserva y la multiplicación del dinero mediante la actividad financiera es inversamente proporcional.

 

Se puede decir que la banca fraccional es un juego de confianza inversor/banco. A fin de cuentas el efecto multiplicador del dinero no es más que un balance entre dinero real y dinero potencial. Y por ello, la institución bancaria es potencialmente insolvente, no garantiza la devolución del dinero invertido. Para asegurar el reembolso se crea la figura de un prestamista de última instancia, el Estado, que inyectará activos a los bancos comerciales mediante el Banco Central. Y es que, llegados a este punto, se pasa de un riesgo a nivel institucional, de banca privada, a un riesgo sistémico.

 

La explicación de cómo se ha llegado a esto es más sencilla de lo que parece. No es difícil deducir que si las entidades bancarias rebajan los requerimientos de reserva, aumenta la liquidez y con ello la actividad económica. La mayor liquidez y fluidez operacional desemboca en una subida de los activos en el mercado financiero, generando lo que se conoce como “burbuja financiera”. Esta burbuja será sostenible mientras los activos continúen al alza pero pinchará cuando estos bajen.

 

Por otro lado, el sistema de banca fraccional, a diferencia de la banca de reserva 100%, permite el descalce de plazos. Es decir, los plazos de préstamo pueden ser menores que la capacidad de devolver el montante, prorrogando el periodo, ampliando los intereses y por ende, alimentando aún más la burbuja. Además, no hay que olvidar que la subida de valor de los activos repercute en la devaluación de la moneda, produciéndose una inflación.

 

Existe un gran debate creado entorno a la figura de la banca fraccional. Economistas de uno y otro bando discuten la legitimidad y legalidad de este sistema bancario. Destaca la Escuela Austríaca como su máximo valedor. L.V. Mises daba una de las claves para que este modelo funcione en la práctica: “La única forma de evitar con certeza el riesgo de insolvencia es sencilla. Las obligaciones de pago de los bancos no deben nunca vencer antes que sus derechos de cobro correspondientes”.  Por otro lado críticos como Hoppe, Block y Hülsmann, afirmaron: “Cualquier acuerdo contractual que implique presentar a dos personas diferentes como propietarios simultáneos de la misma cosa, es objetivamente falso y por tanto fraudulento”.

PBI (Producto Bruto Interno)

Es una magnitud macroeconómica que expresa el valor monetario de la producción de bienes y servicios de demanda final de un país (o una región) durante un período determinado de tiempo (normalmente un año). Es la principal medida que se utiliza para determinar la riqueza de un país; si el PIB crece se considera un logro y si disminuye se considera un fracaso. 

 

Para su cálculo, se aplica la siguiente fórmula:    

PBI = C + I + G + X – M

Dónde C es el Consumo, I la inversión, G el gasto público, X las exportaciones y M las importaciones.

 

El PBI per cápita, mide los ingresos promedio por habitante de un país o región, dividiendo el PBI total por el número de habitantes, pero el resultado, por supuesto, no refleja la realidad de cada persona.

 

Todos los países del mundo se aferran a este dato para determinar su “realidad” económica y desplegar sus políticas en consecuencia, sin considerar que se trata de un indicador perverso del bienestar social, pues tan solo refleja la cantidad de transacciones financieras que se han hecho en ese país, sin importar a costa de qué o quiénes éstas fueron posibles. 

 

El PBI, no indica de qué manera se distribuye el ingreso de un país entre sus habitantes. No toma en cuenta la contaminación, el deterioro ambiental y el agotamiento de los recursos. No registra las tareas no remuneradas que se realizan en los hogares o las comunidades, ni el trabajo que se lleva a cabo en la economía paralela. Atribuye la misma importancia a los productos "beneficiosos" (como los medicamentos) que a los "perjudiciales" (los cigarrillos y las armas químicas, por ejemplo), y pasan por alto el valor de elementos vitales como el tiempo libre y la libertad. 

 

Por ejemplo, si en un país hubiera una inundación, la cantidad de gente que tendría que trabajar para ponerlo en pie y salvaguardar los daños sería altísimo, lo que haría que aumentara también el PBI; aunque los daños sean irreparables y muchas personas se vieran sin casa o con irreversibles pérdidas, este dato denotaría que el país ha crecido, cuando en realidad no es así. 

O si se tomara en cuenta a un país que posee exagerados recursos forestales y en un año talara todos sus bosques, en dicho período el PBI aumentaría considerablemente, sin embargo a largo plazo el territorio empobrecería como consecuencia de la pérdida de sus recursos.

 

Mientras se siga utilizando este indicador para medir los logros y fracasos de un país, las consecuencias trágicas serán inevitables. Debemos rediseñar los indicadores para que aprecien la calidad de vida relativa de los habitantes, teniendo en cuenta, por ejemplo, la distribución del ingreso y la incidencia de la pobreza, la salud y la longevidad de la población, el acceso a la educación y la calidad y el cuidado del medio ambiente, entre otros.

¿Existe una solución posible dentro del sistema socio-económico actual?

Dentro del sistema socio-económico actual, pareciera que no hay solución pacífica posible. 

 

"La solución es una guerra mundial": Muchos analistas conjeturan, que tal como ocurriera con la segunda guerra mundial, desatada tras el período conocido como “La gran depresión”, en la década de 1930, se busque solucionar la actual crisis económica, provocando una nueva guerra mundial. El contexto actual es similar al que se produjera previo a los años de la gran depresión: importante crisis económica y financiera, grandes endeudamientos impagables y una creciente desocupación, que generan desestabilización y graves conflictos sociales en el mundo entero.

 

En la lucha contra la desocupación, la guerra juega un papel único para combatirla, pues gracias a ella, se reclutarían millones de personas desocupadas; reactivaría la industria armamentista, la de la alimentación, indumentaria, transporte, combustible, equipamientos y muchas otras, de una manera extraordinaria; millones de personas morirán en los enfrentamientos, reduciendo considerablemente la competencia por el empleo; y finalmente, la reconstrucción de las ciudades bombardeadas, aseguraría el trabajo de la población sobreviviente, por largo tiempo.

 

Por otro lado, provocaría la condonación de las gigantescas deudas públicas actuales de los países vencedores, en detrimento de los vencidos, que tendrán que someterse y trabajar para ellos.

¿Existe otra solución?

Si, por supuesto. Por ejemplo, en la economía basada en recursos, que proponen el Movimiento Zeitgeist y el Proyecto Venus, no existe ni deuda, ni crédito; pues no se compra ni vende nada, y sin embargo, tendremos acceso a todo, de una manera organizada y por un tiempo limitado.

  1. Default o suspensión de pagos es un término habitualmente utilizado en finanzas para hacer referencia a una situación en la que el prestatario no hace frente a las obligaciones legales que tiene con sus acreedores en la forma establecida en el contrato de reconocimiento de la deuda.

    El default puede producirse con distintos tipos de deuda, ya sean bonos, hipotecas o préstamos.

    Desde el punto de vista de la economía internacional, el término "default" es habitualmente utilizado para hacer referencia al impago de la deuda soberana (sovereign default), es decir, cuando un gobierno adopta la decisión de no pagar su deuda externa.

     

  2. Deuda externa por país: http://www.indexmundi.com/g/r.aspx?v=94&l=es

Ricardo Somoza

( Noviembre 2014 )

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